miércoles, 19 de marzo de 2008

Mitos y mareas

Los mitos, como los cuentos y las leyendas, siempre han sido del agrado de los humanos. Ahora vivimos tiempos de desmitificación, quizá porque la ciencia progresa, y al avanzar nos va explicando el porqué de muchos de los sucesos que antes parecían mágicos, míticos, inexplicables.

Seguramente todo empezó por el amanecer. Para nuestros antepasados, la diaria salida del sol tuvo que ser un misterio lleno de belleza, como la que encierran tantos otros mitos. Después llegaron Copérnico, Galileo, Newton y otros, que nos explicaron científicamente el cómo y el porqué del fenómeno. Del carro del sol conducido por Apolo, pasamos a las fuerzas de la gravitación universal y al movimiento de rotación de la Tierra.

En la fisiología ocurrió algo parecido. Quizá fue el corazón una de las vísceras más desmitificadas. Considerada antaño cuna del amor, de los afectos y de las pasiones, ha pasado hoy día a desempeñar un prosaico papel de bomba inyectora, cuyos devaneos no influyen en los sentimientos, sino más bien en el electrocardiograma.

En el cerebro el asunto ha pasado a mayores. El entendimiento, la memoria, la confianza, etcétera, tienen sus áreas peculiares, sus circuitos preferentes, y su funcionamiento se desvela día a día. Una de las «potencias del alma» que decía San Agustín, la memoria, la tienen infinidad de aparatos electrónicos, y hasta muchos ascensores de las casas y asientos de los automóviles.

Incluso el amor, que parecía el último reducto del misterio, del mito y de la leyenda, está siendo minado por la ciencia. Sabemos que la serotonina influye en el sentimiento amoroso. Recientemente se ha visto que una hormona segregada por la neurohipófisis, la oxitocina, puede tener algunas acciones en este sentido. En una determinada raza de ratones existen dos variedades de individuos: los que habitan en las praderas, que son monógamos, comparten la cueva en la que habitan con su pareja, colaboran en la alimentación de las crías, se enfadan y deprimen si se les separa y son fieles de por vida. Puede decirse que habitualmente forman parejas estables. Incluso si enviudan, pocas veces se aparean de nuevo. Los ratones de la variedad de las montañas, por el contrario, son promiscuos, no forman parejas, o sólo con la madre cuando son jóvenes. Según ciertas investigaciones, los primeros tienen niveles de oxitocina más altos que los segundos. Si a las hembras de la variedad de las montañas se les inyecta oxitocina, hacen parejas con más facilidad, incluso sin apareamiento previo, y estables. Los antagonistas de la oxitocina invierten estos comportamientos. Parece ser que ambas variedades tienen receptores de oxitocina en el cerebro, aunque en lugares diferentes.
La oxitocina es una hormona segregada por la neurohipófisis que interviene en el mecanismo del parto. Se segrega en el parto, en la lactancia y durante el coito. Favorece la contracción del músculo uterino y la expulsión de leche.

Otra sustancia que -como decíamos anteriormente- parece intervenir es la serotonina. Son interesantes las experiencias de Donatella Marazzitti, que observó niveles bajos de serotonina en las plaquetas, tanto en los pacientes afectados de trastorno obsesivo-compulsivo como en los enamorados recientes («amor de enamoramiento»). Al año se habían normalizado.

El conocimiento científico no es sino una progresiva desmitificación. Mi esperanza son las mareas. Ese silencioso fluir y refluir de la mar, que mueve millones de litros de agua, que facilita la vida en la costa, que muda continuamente nuestro paisaje. Ya sé que hay varias explicaciones científicas en las que interviene la atracción causada por el Sol y la Luna, pero -según creo- hay aún algunos detalles que permanecen oscuros. No todo se sabe en lo relativo a las mareas. Por eso me gusta ver la invasión de las aguas y su posterior retirada cada seis horas y cuarto. Puntualmente. Inexorablemente. Y celebro saber que no hay todavía explicación cabal, completa, absoluta; que aún nos queda una pizca de mito en el eterno devenir de las mareas. Benditas sean.

Publicado en "La Nueva España" el 19 de Marzo de 2008.

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