miércoles, 4 de abril de 2007

Recuerdo de Francisco Javier Martín Abril

Hace pocos días que la pluma de Francisco Javier Martín Abril ha quedado definitivamente seca. En los últimos años ya sólo manaba un esporádico y ocasional hilillo de tinta. Eso sí, tan fresco y entrañable como lo fuera antaño. Hilillo sutil, fino y delicado, como todo lo que salió de su pluma. Porque Martín Abril, aun en las épocas en que escribía a torrentes, en sus mejores años, que fueron todos, siempre era elegante, sosegado, pulcro, sereno. Escritor sin estridencias, sin otro orgullo que el de cuanto le rodeaba: su profesión, su familia, su ciudad.
Su ciudad que fue Valladolid. La Valladolid (así lo escribía él, en femenino cariñoso) austera, seca, sobria, un punto áspera. La que él paseaba a diario en las mañanitas claras y soleadas y en los atardeceres trigueños, a orillas del Pisuerga y de la Esgueva. Valladolid, ciudad llana, que decía Azorín, muy apta para el paseo. Por la Huerta del Rey, por el Poniente, por la costanilla de Santa Teresa, por la Universidad o -en tiempo lluvioso- bajo los soportales de la Plaza Mayor y la Fuente Dorada.
Martín Abril nos regaló durante años, durante muchos años, su diario artículo en «El Norte de Castilla». Era un remanso de paz. Un oasis, una excepción, un lunar. Al entrar en su artículo desaparecía la prisa, la rencilla, la ansiedad. Por su pluma fluía paz, que nos sabía transmitir. Paz y poesía. Y sosiego y buen decir, a veces con palabras muy suyas, muy castellanas, muy recias.
Nunca crucé una palabra con él, pero la diaria lectura de sus artículos en «El Norte» constituyó durante años uno de los mejores momentos de mi vida cotidiana. Y me hizo amigo suyo aun sin conocerlo. Por eso un día le escribí y le agradecí el sosiego que daba y la serenidad que transmitía y la belleza que creaba con sus escritos. Me contestó a vuelta de correo, con una carta hermosa y noble, en la que generosamente decía que el artículo es obra de dos: del escritor y del lector, pues sin lectores de poco vale lo escrito.
La Valladolid de ahora será un poco menos Valladolid. Martín Abril no sólo estaba y vivía en la ciudad, sino que era ciudad. Era espíritu, estilo, inteligencia de su Valladolid amada. Francisco Javier Martín Abril fue un castellano viejo y un cristiano viejo, de pluma joven y jovial con la tinta siempre fresca. Maestro de la frase delicada, de la palabra biensonante, de la concordia y de la pulcritud, tanto literaria como personal.
Hombre de carácter templado, amante de la siesta (a la que -con Feijoo- llamaba «sueño meridiano», que decía le proporcionaba dos gozosos amaneceres al día), de la paz y de las artes; gran trabajador (a sus 89 años había escrito más de sesenta mil artículos) y periodista y poeta sencillo, sosegado, entrañable.

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