miércoles, 4 de abril de 2007

Las fuentes del Campo

Me refiero a las del Campo de San Francisco, a las del anti­guo y frondoso parque de Oviedo, quizás antaño jardín de monasterio, que tiene varias en su verde recinto, todas hermosas, cantarinas y refrescantes.
Las fuentes, todas las fuentes del mundo, tienen un poco de vida. O quizá un mucho. Tal vez porque el agua no se está quieta, y fluye y mana y corre sin cesar; tal vez porque canta, y su canción nos acom­paña; tal vez porque el agua es vida, manantial de vida, y origen y condición de toda la vida que nos rodea. O acaso porque nace de las entrañas de la tierra en inter­minable y continuado parto, que también es comienzo de vida. El caso es que no suelen parecer las fuentes naturaleza muer­ta, sino más bien animada, viva, palpitante.
Las fuentes del Campo que mejor recuerdo son tres: el Caracol, la Fuentona y las Ranas.
El Caracol es la fuente para beber. El hontanar de agua refrescante. Tiene tres caños que salen de entre las piedras y manan sin cesar. A veces salpica, y el suelo se encharca, y no podemos acercarnos a apagar la sed sin poner en peligro los zapatos.
La Fuentona ocupa el extremo oriental del paseo del Bombé. Es grandona y redonda, como una matrona. Antes tenía truchas y, cuando chicos, salíamos del Instituto a eso de la una y echábamos moscas a la superficie del agua para ver como las devoraban las truchas, que estaban gordas y rollizas, pro­bablemente a base de mosca fresca recién cazada.
La de las Ranas es la más romántica. Está rodeada de amor. Del amor de las parejas que la frecuentan. Desde el balcón de mi casa, cuando vivía en Oviedo, se veía perfectamente la fuente de las Ranas y se distinguía con claridad la gruesa capa de amor que la circunda, especialmente al atardecer.
Antes de marcharme le hice una foto, en invierno, claro, que es cuando no hay hojas, y la fuente y el amor se distinguen por entre las ramas oscuras y desnudas que casi llegaban al balcón de mi casa.
La de las Ranas es también la fuente más cantarina y no sólo entretiene a las parejas, que le pagan en amor, sino a los niños, que pagan en inocencia y en sonrisa con algo de candor, y también a los viejos, que ya han olvidado el rosa y viven en el amarillo, y pagan con reflexión, experien­cia, y, a veces, consejo.
La de las Ranas, como todas las fuentes del mundo, está muy viva y se la ve espe­ranzada en primavera, dicharachera en verano y nostálgica en otoño. En invierno se queda más quieta, sobre todo con la nieve, que la deja recogida y callada, un poco mustia.Desde el balcón de mi casa, en esos días de sol pálido de invierno, más que nada hacia el mediodía, se distinguía perfecta­mente la ilusionada alegría de la fuente cuando los niños se divertían a su vera.

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