miércoles, 4 de abril de 2007

Estado crepuscular y autopistas

Ya supongo que algún neurólogo o psiquiatra posmoderno dirá que el término ya no se lleva. Incluso es posible que algunos médicos jóvenes no lo conozcan. Ciertamente se usa ya poco. Apenas se emplea. Está “demodé”. Sin embargo a mi me gusta, porque me parece una pizca poético. Es de los pocos nombres imaginativos de la Medicina: estado crepuscular. Me complace explicarles a los alumnos, ya médicos, tras el fárrago de microvoltios, potenciales de acción y descargas sincrónicas, el concepto de estado crepuscular. Siempre empiezo por la semántica. Crepúsculo, es decir la transición entre el día y la noche. En el crepúsculo, tanto en el de madrugada como en el atardecer, no está el día ni hecho ni deshecho. No es día claro, pero tampoco es noche cerrada. En ese estado -prosigo- la conciencia no tiene la luminosidad del día ni la oscuridad de la noche. El sujeto en estado crepuscular realiza actos, a veces complejos, y a las pocas horas o minutos no tiene la menor idea de haberlos realizado, pese a haberlos ejecutado -en ocasiones- con notable precisión, soltura y habilidad. . El estado crepuscular suele darse en pacientes epilépticos, aunque con escasísima incidencia, y también en otros síndromes cerebrales. No hace ni tres semanas asistí a un paciente del occidente de Asturias, que salió de su casa, en coche, hacia el pueblo próximo para comprar carne. Condujo correctamente su vehículo (el menos no tuvo percances), entró en la carnicería,
cargó la mercancía, regresó por carretera a su domicilio, hizo un stop preceptivo (lo que fue visto por sus vecinos) y al llegar a su casa comenzó a dar vueltas alrededor del coche, incesantemente. Salió su esposa y le preguntó lo que hacía. Respondió:

-Busco las llaves.
-¿Qué llaves?".
-Las de la casa.
-Yo te abro. Entra.
A los pocos minutos el paciente no recordaba absolutamente nada de lo ocurrido. Lo último que tenía en su memoria era su intención de comprar carne. Suponía que había cumplido su cometido pues había salido de casa con dos mil pesetas y cuando recuperó totalmente la con ciencia tenía bastantes menos.
Además, apareció en el coche un paquete con tal contenido. En la carnicería dicen que se comportó correctamente, "tal vez un poco distraído"... “parecía algo así como “ido”, pero nadie habla observado nada anormal.
Historias clínicas como ésta las hay a cientos. Veamos lo que dice el profesor Otto Bumke, de la Universidad de Munich:
“Naturalmente, los estados crepusculares epilépticos originan con relativa frecuencia problemas de peritaje judicial. Biswanger refirió de un trabajador del monte que, sin motivo alguno, asesinó a un guardia forestal. Encontrándose después bañado en sangre en la cama, sólo recordaba haberse encontrado con este último... Un epiléptico clavó repetidas veces, con intervalos muy separados, en una misma noche, una horquilla en la vaca que se le había confiado; no recordaba su acción vengativa, y se indignó malamente cuando se le recriminó su conducta. Comprobado este hecho, se averiguó que también había pinchado por todas partes, su colchón”.
Por otra parte, y para complicar aún más las cosas, la epilepsia admite numerosos grados y aún "predisposiciones", “tendencias” y “equivalentes”. Un cerebro “predispuesto” y sometido a determinadas condiciones excitantes, puede tener manifestaciones epilépticas aún cuando el sujeto hubiera sido perfectamente normal hasta que se sometió a esas condiciones. Excitantes, en este sentido, son por ejemplo el, alcohol, la fiebre y la alcalosis.
Es casi del dominio público que algunos niños (el cerebro de los niños es más excitable que el de los adultos) sufren convulsiones epilépticas cuando tienen fiebre, lo que no quiere decir, en absoluto, que sean epilépticos ni que vayan a serio.
Se puede decir que un cerebro “predispuesto”, pero normal hasta ese momento, si se ve sometido a la influencia de unas décimas de fiebre producidas por cualquier afección banal, o al influjo del alcohol, tan común en fiestas y celebraciones, puede entrar en estado crepuscular. Sé que no es habitual, ni siquiera frecuente, pero puede ocurrir. También puede suceder, como queda dicho, en otras afecciones cerebrales.

Hasta aquí, el estado crepuscular; pero, ¿qué pasa con las autopistas?, se preguntarán ustedes. Con las autopistas no pasa nada mientras un canalla, un loco o un sujeto en estado crepuscular no circule por la dirección contraria al sentido normal y permitido.
Todas estas reflexiones me vinieron a las-mientes cuando leía que un señor, cuyo nombre no recuerdo, cometió tal imprudencia, de la que se derivó un muerto, y afirmaba después no recordar nada de lo sucedido. Ignoro los detalles. Sólo creo haber leído que era ovetense. Y lo que recuerdo perfectamente es que asocié el caso con el paciente ya referido y con mis modestísimos conocimientos sobre el estado crepuscular.
Es posible que esté equivocado y que hayan mediado apuestas, dinero y turbias intenciones. No lo sé. Pero también es posible que se tratase de un simple estado como el ya descrito, en el que la conciencia no tiene la oscuridad de la noche, por lo que el sujeto es capaz de hacer actos incluso complejos, pero tampoco tiene la claridad del día, con lo que el paciente no se da cuenta de lo que hace, ni es por tanto responsable de ello. Digamos que no tiene conciencia de su propia conciencia.
Como ya indiqué, la noticia la leí superficialmente, pero a medida que avanzaba en su lectura iba asociando el triste episodio con los estados crepusculares, la excitabilidad neuronal y otras menudencias por el estilo.
Me sorprendió entonces leer que el ovetense en cuestión estaba siendo prematuramente juzgado por ciertas personas que habían mostrado animadversión y quizás hasta agresividad hacia él, y me volví a acordar de los estados crepusculares. Recordé también, con melancolía, los ríos de tinta que no hace mucho corrieron para tratar de dilucidar si una bala disparada por la policía y que alcanzó a una joven delincuente que portaba armas y que verosímilmente estaba dispuesta a volver a utilizarlas, había entrado por la nuca, o a unos centímetros de la nuca, o a unos palmos de la nuca. Me sorprendió prendió entonces el repentino interés por la anatomía de la región posterior del cuello que mostraron bastantes personas y no pocos periódicos, interesados en culpar a la policía por haber disparado en lugar- más o menos próximo a lo que en román paladino se viene llamando cogote, colodrillo o pestorejo, para no entrar en más sutiles diferencias.
Espero y deseo que los que tuvieron tanto interés en la anatomía, con el fin de intentar exculpar a una bandida (perteneciente a banda armada), tengan el mismo interés en la fisiología para tratar de exculpar (si procede) a un hombre de la calle, y estudien tan a fondo el estado crepuscular como en su día estudiaron la región de la nuca y sus aledaños.

1 comentario:

  1. HOLA: MUY BUENO EL ARTICULO, HAY PELIGRO DE SUICIDIO EN ESTE ESTADO??? GRACIAS

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