miércoles, 4 de abril de 2007

El campo en otoño

En Oviedo, el campo es el de San Francisco. Casi ningún ovetense lo llama «parque», sino que la mayoría le dicen «el campo».
Este es nuestro campo, que ahora otoñea y se vuelve íntimo, recoleto y nostálgico. Y también desnudo, despejado y claro.
Desaparecen muchas hojas, se caen algunas ramas, y empiezan a escasear las parejas de enamorados, consustanciales al campo en primavera y verano.
El campo, sin hojas ni enamorados, es menos campo. Ahora lo cruzamos más deprisa, y durante el trayecto casi siempre le dedicamos un pensamiento al otoño. Al otoño sepia y ocre, y marrón claro y beige, y castaño y siena, y a veces pardo. Colores tenues, suaves, tolerantes. Colores sin odio ni agresividad. Colores mates, de recuerdo y de saudade.
En otoño el campo es la suave melancolía de la ciudad. Es su ombligo nostálgico, su cordón umbilical que le une al pasado.
A los tiempos de la niñez y de sus juegos inocentes, en el Angelín y en la Rosaleda. A los barquillos y los pirulís, a «Petra» y a «Perico», a la ardilla y a los «bambis». Al despertar de la juventud, a los escarceos enamoradizos de los Alamos y del Bombé. A los pensamientos reflexivos de los paseos solitarios de la madurez.
Cuando el campo otoñea se torna más digno. Se vuelve hermoso en su noble declinar, grave en su inexorable decadencia.
Como el pensamiento de los hombres, se hace más puro, se acendra. El otoño del hombre también lleva rigor a su razonar, dignidad a su aspecto y seriedad a su conducta.Las hojas ya no impiden que la claridad llegue hasta el fondo. Por ello, la luz de otoño alumbra, a veces, mejor que la del verano, pues tiene menos sombras. El otoño es tiempo de meditación y de reserva.

No hay comentarios:

Publicar un comentario