miércoles, 4 de abril de 2007

Del verdadero origen del fútbol en Oviedo

Por extraño que pueda parecer, el origen del Real Oviedo está muy relacionado con el genio, la rebeldía, la independen­cia y la pizca de mala leche que de siempre caracterizó a mi fami­lia paterna, especialmente a los hermanos de mi abuela, doña Luz González Rubín, más conocida por «la de Rubín».
Mi abuela Luz tenía genio y no era difícil de cabrear, pero a los nietos nos quería mucho y siem­pre nos daba un duro para «los caballitos». Se había educado como las chicas bien de finales de siglo, es decir, que montaba mag­níficamente a caballo, y apenas sabía escribir. Cuando, ya mayor, un amigo de confianza la vio fir­mar con dificultad, fue y le dijo:
-Doña Luz, usted que tiene tantos posibles, ¿cómo es que no sabe escribir?
-Yo, gracias a Dios, Manolo, nunca he tenido necesidad...
Mi abuela doña Luz tenía un hermano, a quien yo conocí poco, que se llamaba Pedro, pero en familia le decíamos Perico.


Un tintero a la cabeza
El tío Perico, como todos los Rubín Faes, tenía el genio vivo y la ira fácil, aunque también es verdad que se le pasaba pronto. Cuando andaba por los 12 años, es decir, hacia 1890, iba al único colegio «bien» que había en Ovie­do a finales del siglo pasado. Una mañana, en la clase, el profesor escribía en el encerado, de espal­das a los alumnos, cuando se oyó una risotada que había salido de una garganta próxima a la de Peri­co, y que el profesor identificó erróneamente con la suya. El diá­logo fue el que todos hemos escu­chado alguna vez en la escuela:
-¿Quién ha sido? (Silencio).
-¿Quién ha sido? Repitió el profesor. ¿Ha sido usted, verdad, Rubín?
-No señor. Yo no he sido.
-Pues si usted no ha sido, diga ahora mismo quién lo hizo.
-No lo sé, señor profesor.
Todo lo demás se puede imaginar. El final fue una bofetada del profesor a mi tío Perico, bofetada que tuvo la virtud de subirle la sangre a la cabeza, con lo que cogió Perico el tintero grande que tenía el profesor en su mesa, casi una botella, lo abrió, se lo tiró a la cabeza del dómine con certera puntería, y salió corriendo sin pararse hasta la calle Uría. Al maestro le salió un prominente chichón y se le estropeó el traje, y mi tío Perico fue expulsado sin apelación posible.
El padre de Perico, es decir mi bisabuelo, era hombre sensato y estaba deseoso de educar a su hijo, pero como en Oviedo no tenía dónde, pensó en algún internado allende Pajares. Poco admirador del señoritismo presuntuoso y cortesano del Madrid de la época, mi bisabuelo, en materia de educación, se movía por esquemas simples: los varones a Inglaterra, y las chicas a Francia.

El español goleador de Hampstead
Por ello, envió a Perico a Hampstead, donde aprendió, más que nada, fútbol, llegando a ser titular indiscutible del equipo del colegio. Destacaba tanto su juego que en una visita que hizo la princesa Eulalia a la ciudad, en cuya visita presenció un partido de fútbol, se interesó vivamente por saber «quién era ese jugador que mete los goles». Al ser informada de que era español, quiso conocerlo, y le fue presentado al final del partido. De ese momento data la foto de Perico con el balón bajo el brazo.
Cuando regresó a España, deseoso de seguir jugando, contactó con varios amigos, y juntos formaron el primer equipo y el primer club de fútbol de Oviedo, según la información a mi alcance, que viene toda por vía de la tradición oral familiar. Entre estos amigos estaban, como se ve en la foto, los hermanos Manuel y Luis Navia Osorio, que eran ambos delanteros; Enrique A. Victorero, también atacante, y Campa, Meana y Ceballos, medios volantes. En la retaguardia jugaban Ramos, De la Riva, Pelayo y Arturo Bemardo.
Perico, en el medio de la hilera de abajo y con el balón delante de su pierna derecha, era el capitán, y jugaba más bien en la delantera.
A pesar de su carácter vivo y vehemente, en el campo de fútbol era un perfecto caballero. Apenas hablaba, y si lo hacía era para animar a sus compañeros. Tenía un estilo bravo y viril, pero no hacía faltas y si alguna cometía involuntariamente, llevado de su arrojo, invariablemente se disculpaba.
Ya de mayor, recordando «sus tiempos» decía: «Es más difícil saber perder que saber ganar. Para saber ganar, basta con jugar bien o con un golpe de suerte. Para saber perder hay que tener educación y dominio de uno mismo, lo que es más difícil de alcanzar».
Aunque no era nada pusilánime (más bien lo contrario), creo que si levantara hoy la cabeza, probablemente se asustaría, no tanto por los ríos de tinta, dinero y palabras que ha hecho correr en este siglo el equipo que él contribuyó decididamente a fundar, gracias al «tinterazo», sino por la ausencia de caballerosidad y educación en tantos y tantos campos de España y de todo el mundo.Estoy convencido de que si don Pedro Rubín viera que un jugador hace una falta de las llamadas “técnicas”, es decir, a propósito, o no devuelve el balón al contrario cuando éste lo lanza voluntariamente fuera para atender a un compañero lesionado, si lo pudiera ver, digo, seguro que se le volvía a subir la sangre a la cabeza, perdería su compostura de jugador sereno y quizá se le pasase fugazmente por la cabeza –como un mal recuerdo- volver a coger un tintero grande -casi una botella- para lanzárselo al maleducado futbolista que tan villanamente se hubiera comportado.

1 comentario:

  1. Hola,
    Yo soy nieto de uno de esos "Padres del Futbol Ovetense", concretamente de Emilio Ramos Zardain, que jugaba en la retaguardia. Sabia que habia jugado en el oviedo, pero no cuando ni en qué época. Su artículo y una foto de ese equipo, me ha sacado de dudas.
    Un abrazo.
    correo@rafaelramos.es

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