martes, 6 de febrero de 2007

La fabada transgénica

Con frecuencia se habla ahora de los alimentos transgénicos, y aunque todavía no hay mucha información disponible, me parece que muchas personas desconfían de estas técnicas e instintivamente adoptan una actitud contraria, o al menos recelosa. Así suele ser con las innovaciones, por excelentes que sean. La electricidad, las primeras bombillas, el teléfono, la radio, etc.tuvieron muchos detractores y se les atribuían numerosos males y no pocas enfermedades. Hasta la anestesia, que no hacía sino eliminar dolores, fue muy contestada en su tiempo. No pocos cirujanos la rechazaban y tardaron en adoptarla, pues, como dijo uno de ellos: “intentar eliminar el dolor en las operaciones es una utopía que el hombre no alcanzará jamás”. La Iglesia también puso sus pegas, por aquello del “parirás con dolor” de la Biblia, pero ya ven ustedes que todo quedó en nada. Al contrario, cuando hay un apagón, se demanda a las eléctricas.
Personalmente no tengo ningún recelo de los transgénicos, quizá porque estoy convencido de que todos somos transgénicos. El hombre es un transgénico de algunos primates, estos de algunos simios, y así sucesivamente. Sin el menor reparo comemos una lubina recién pescada, que a su vez es transgénica de sus predecesores en la escala filogenética. Incluso la fruta recién cogida del árbol es transgénica, pues su genoma es producto de algún cambio producido antaño en alguna especie próxima.
Lo que ocurre habitualmente es que los cambios en los genes los hace la naturaleza. Los rayos solares, muchos productos químicos (algunos sencillos y abundantes), el calor, los virus, ciertos traumatismos repetidos, etc.pueden cambiar el genoma de una especie, cambiando igualmente las propiedades y el comportamiento de dicha especie. La adaptación al medio, la selección natural, las mutaciones por los agentes antes mencionados, (y probablemente por otros agentes aún no bien conocidos) hacen que las especies evolucionen, cambien, se extingan o se desarrollen, según una mezcla de azar y necesidad. Actualmente, estos cambios en el genoma de una especie se pueden hacer en el laboratorio, con lo que están mucho más controlados y dirigidos, y son por tanto poco o nada peligrosos. En realidad, el hombre viene buscando especies transgénicas cuando selecciona, cruza e injerta individuos peculiares o especies próximas aunque ligeramente diferentes, como cuando busca trigo de ciclo corto, frutas sin pepitas, mulos de carga, gallinas ponedoras, vacas lecheras, melocotones sabrosos, etc. Ahora esto se puede hacer “de una vez” , en poco tiempo y perfectamente controlado, aunque aún en muy pequeña escala.
Todo esto viene a cuento de una conversación que mantuve hace ya muchos años con nuestro ilustre paisano Grande Covián en la Facultad de Medicina de Valladolid, en una limpia y fresca mañana de primavera. Él pronunciaba una conferencia sobre nutrición y a mi me correspondía presidir el acto. Al terminar charlamos unos minutos. Pronto salió a relucir nuestro común origen asturiano y empezamos a hablar de la fabada y de sus excelencias, aunque yo me quejaba de su difícil digestión y de la habitual flatulencia que produce. Paco “el Grande” me dijo que era debido a unos oligosacáridos propios de esta legumbre, pero que no sería difícil obtener por ingeniería genética una especie que careciera de ellos, retirando del genoma de “les fabes” los genes responsables de la síntesis de los nefastos oligosacáridos, con lo que la fabada resultante resultaría más o menos sólida o más o menos líquida, pero nada gaseosa. Esto ya lo pensaba D. Francisco hace más de veinte años. También en esto fue un precursor.
Creo que éste sería un gran avance que los agricultores asturianos deberían considerar, pues una vez eliminado este pequeño escollo digestivo, la fabada vería aumentado su consumo y los cultivadores la venta de su delicado y sabroso producto. Con un poco de suerte podríamos empatar con la paella, que ocupa el número uno en la preferencia de los españoles por sus platos regionales, seguida de cerca por nuestra fabada, a pesar de sus inconvenientes gaseosos.
Los transgénicos son el futuro de la humanidad. Cuando era niño siempre que veía una vaca, preguntaba si era de las que daban leche merengada, tal como decía la canción que algunas hacían. La gente se reía. Los niños de ahora es probable que lleguen a ver esa vaca, obviamente transgénica, y que beban confiadamente su delicioso producto.

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