martes, 6 de febrero de 2007

Humano, humanitario, humanista

He aquí tres palabras que, pese a su semejanza fonética, casi siempre he oído emplear con mucha propiedad. Los pacientes las utilizan con frecuencia referidas a médicos, e incluso las personas de apariencia iletrada suelen usarlas muy correctamente. Llaman “humano” no sólo a lo perteneciente a nuestra especie biológica, sino a la persona compasiva, entrañable, que al ejercer su trabajo u obligación no se limita a cumplir con su estricto deber, sino que se interesa por las circunstancias de los demás, por la situación que atraviesan, con el fin de ayudar, si fuera posible, o cuando menos de “acompañar” en la tribulación o en la necesidad. Se puede aplicar al que ejerce cualquier profesión o actividad; desde el mecánico que no sólo arregla la avería del coche sino que nos indica dónde podemos comer algo o dónde pueden hacer pis los niños, hasta el gran directivo empresarial que se interesa por los problemas personales de sus empleados y trata de echarles una mano.
En Medicina suele emplearse con mucha propiedad en este sentido expuesto, pues la he oído aplicar a grandes maestros o profesores a quienes “no se les subió el prestigio a la cabeza” y siguen preocupándose por los pequeños detalles que tanto contribuyen al bienestar del paciente. No sólo prescriben el tratamiento sino que charlan con el enfermo y le preguntan por los estudios de sus nietos o por la marcha de sus negocios. Supongo que le será más difícil mostrarse “humano” al recaudador de Hacienda o al alguacil del Ayuntamiento, pero a veces basta una mirada, un gesto, una sonrisa...
Humanitario suele aplicarse en un sentido más general a quien hace el bien a un grupo o una colectividad, es decir que sería más o menos sinónimo de “benéfico” y -para los católicos- de “caritativo”. Oímos con mucha frecuencia lo de “ayuda humanitaria” para los países muy pobres o muy empobrecidos, lo que viene a ser una ayuda para hacer el bien a unas personas que lo necesitan. En los ambientes sanitarios suele aplicarse, en idéntico sentido, a los grupos que tratan de mejorar las condiciones de salud de una colectividad, o -lo que viene a ser lo mismo- a los médicos que ejercen en áreas pobres, con muchos enfermos y poca o nula remuneración. El médico “humanitario” sería aquel que trabaja mucho y para muchos y cobra poco y de pocos, como los que ejercen en países o pueblos subdesarrollados. Es muy probable que la mayoría de los “humanitarios” sean también “humanos” en su actitud, aunque lo contrario no tiene por qué ser necesariamente cierto y cabe que un médico muy “humano” en su talante, sea también muy cuidadoso con las facturas de sus clientes. Es claro que algunas profesiones lo tienen muy difícil para mostrarse humanitarias. Un recaudador de impuestos humanitario podría terminar como Cervantes, con problemas con sus superiores. Incluso a un profesor de Universidad o a un juez les podría crear conflictos ser humanitarios, es decir benéficos y caritativos.
Con todo, y aunque creo que las expuestas son las connotaciones peculiares de las mencionadas palabras, hay diccionarios que las dan como muy relacionadas e incluso sinónimas. Ciertamente hay semejanzas.
Humanista se diferencia más claramente de los dos anteriores vocablos pues se aplica a las personas versadas en humanidades, es decir en letras. Se refiere especialmente a los saberes poco o nada técnicos, y por consiguiente con escasa o nula aplicación práctica, en el sentido material del término, tales como historia, literatura, lenguas clásicas, etc.
También en los ambientes sanitarios han existido grandes humanistas. Médicos muy versados en historia y en literatura ha habido muchos, como Laín Entralgo y Marañón, ambos académicos de la Lengua y de la Historia, además de la Medicina. Creo que es Cruz Hermida quien distingue, acertadamente, entre médicos escritores y escritores médicos. Los primeros son clínicos que ejercen su profesión, pero que además escriben, como Marañón, Vallejo Nájera o Jaime Salom. Los segundos son licenciados en Medicina, pero no han ejercido nunca o durante muy breve tiempo, y se dedicaron plenamente a escribir, como Pío Baroja o Laín Entralgo.

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